Proyección de "Arrivée d'un train en gare", de los hermanos Lumière.
Exposición "Georges Méliès. La magia del cine". Caixa Forum Madrid.
Música para el vídeo: Requiem for a Dream, de Clint Mansell. La proyección en la exposición es sin música.
Música para el vídeo: Requiem for a Dream, de Clint Mansell. La proyección en la exposición es sin música.
Voy a ver la exposición de Georges Méliès, el ilusionista metido a pionero del cine, al CaixaForum Madrid. Pero, dentro, choco primero con los hermanos Luz (Lumière), otro caso más de biografía que sigue al nombre.
Descubro en una vitrina su maquinita para rebobinar películas de 35 mm. Que parece una rueca como la de La bella durmiente. Del bosque.
En el recodo de una sala (1) se proyectan sus primeras películas, las primeras de la historia del cine. Entre ellas la llegada de un tren a una estación, muy semejante a la famosa Llegada del tren a la estación de La Ciotat, de la que cuentan las crónicas que provocó el pánico entre los espectadores. Pensaron que el tren se les venía encima (2).
Me sitúo en una esquina de la sala para observar la reacción del público, unas veinte personas en las dos sesiones a las que asisto. Y constato empíricamente que, hoy en día, ciento veinte años después, la otrora impactante escena no produce la más mínima reacción de pánico; de pánico ni de nada, a excepción de un comentario sobre los peldaños en los vagones de entonces para que los pasajeros descendieran al andén con seguridad.
Emociones algo más extravertidas provoca la humorística El regador regado, también de los hermanos Luz, secuencia de comedia presente, además, en el cartel de su espectáculo. O la decapitación de María Estuardo, de Thomas Alva Edison y su equipo, que introduce el montaje por corte para no tener que cortarle la cabeza a la actriz. Dramática y pertinente entrada del montaje por corte en la narrativa fílmica. Los yankees ya entonces apuntaban maneras.
1895. El cine llegaba a la estación de tren de la cultura humana. Luces y sombras para sumergir al sujeto en la experiencia absoluta de la imagen. O en la experiencia de la imagen absoluta. Así lo han perseguido desde entonces los formatos panorámicos y las pantallas curvas de los años cincuenta y sesenta, las pantallas de treinta metros del cine Imax, o el 3-D, con su extensión tentacular a la experiencia virtual en consolas y videojuegos.
El espectador dentro mismo de la imagen. Incluso más que dentro de la historia. Se trata de hacerlo pasar por ese ojo de aguja que son las luces y las sombras proyectadas sobre la superficie de la pantalla. Y, una vez ahí, mantenerlo inmerso en un universo imaginario, donde reina el espejismo de lo irreal. Una especie de delirio, por tanto. Un universo de experiencia vicaria, placentero incluso cuando se suscita el terror, donde someter al espectador al vaivén de sensación-efecto especial a sensación-efecto especial, en el que se sienta ilusoriamente invulnerable, comodonamente, en su butaca, inmortal, aunque sea como viviendo en un sueño, durmiente, pues, ajeno al bosque de lo real, de aquello que existe más allá, en el lugar donde somos mortales y los trenes de la vida lo atropellan a uno cuando menos se lo espera. Aquello, esto, que provocó el pánico, un instante antes de transformarse en fascinación, de los primeros asistentes a las proyecciones de los Lumière.
Se plantea entonces la cuestión de cuál, qué, sea esa imagen a la que remite la imagen fílmica. y en qué tálamo de omnipotencia nos convoca a yacer.
Louis y Auguste Lumière. Rebobinadora para las películas Lumière de 35 mm., París, 1896.
La Cinématèque Française.
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(1) "In a room with a window in a corner I found truth". Shadowplay (Sombras chinescas), de Joy Division.
(2) Dos aclaraciones: a) la llegada del tren que exhiben en la exposición del CaixaForum no es la de la estación de La Ciotat. Pero es exactamente igual, el mismo encuadre, de la misma época. Sirve, pues, para nuestro propósito exprimental; y b) la leyenda del pavor que provocó parece aceptado que no es cierta. Pero como si lo fuera. No sucedieron así los hechos, y lo significativo es que, para lo que nos interesa, así hubo que inventarlos. Era necesario para decir algo. ¿El qué?
Cartel de L'arroseur arrosé (El regador regado), Hermanos Lumière, 1895.
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