La salamanquesa está acechando al taxi, que se dispone a doblar la calle. Los viandantes asisten impasibles al evento, patrocinado por una casa de apuestas de Macao. El desenlace es difícil de aventurar en este momento, y esta imagen capta esa incertidumbre.
Las salamanquesas irrumpieron en mi casa hace unos años. Al principio no sabía que eran tales. Temí que pudieran crecer y convertirse en algún tipo de gran lagarto. Pero un amigo las identificó. “¡Son una bendición para una casa! No las mates”, dijo. “Se comen los insectos”. Son además una especie protegida.
Así que dejé a las dos que entraron, madre y cría, que se instalaran en algún recoveco de la cocina que intuyo cuál es pero que nunca he tratado de desvelar.
Ahora ya son tres. Salen a cazar de noche. Si las sorprendes, se quedan quietas, como haciéndose las muertas.
Por estas fechas están hibernando. Aunque la más escuálida de todas parece que abandona su hibernación de vez en cuando para coger fuerzas.