Exposición "Campo de las Naciones", de Felipe Barbosa (Brasil).
Galería Blanca Soto.
C/ Almadén,13.
Cuelgan los cueros de las paredes como piezas cinegéticas cobradas no a la sabana -ahora que el mundo y España, con la crisis, son más Serengueti que nunca- sino a la tridimensionalidad. O eso dice su autor, el brasileño de Río de Janeiro Felipe Barbosa: "La idea ha sido representar el balón, casi una definición de espacio tridimensional, en las dos dimensiones". A la manera en que los pintores del Renacimiento, viene luego a decir, trataron de arrebatar con sus obras bidimensionales el prestigio a la escultura.
Balón-mundo ceñido al plano. La operación estética es reducir. Anhelo de sencillez. Y de reducto, con ella, en el que emanciparse. Plasmada en el jogo -bonito- planetario por excelencia. Lúdico, por tanto, ese anhelo. Y con el telón de fondo de la estación de metro madrileña de "Campo de las Naciones", línea rosa, a la que remite no sólo el título homónimo de la exposición, sino también y sobre todo los colores brillantes de los balones inmaculados de empeines y puntapiés (salvo excepción confirmatoria).
Dicho esto, enunciar estas obras como tridimensionalidad bidimensionalizada, ejercicio por lo demás común a la esencia de muchas artes, me suena un tanto a obviedad pretenciosa, producto de la obligación que se impone hoy a los artistas de justificar estetico-filosóficamente sus obras, como si la ausencia de esta justificación, o del discurso que la haga explícita, operara en demérito de la obra. Cuando, desde mi punto de vista, a menudo ello resulta en una desproporción entre argumentación y concreción artística.
"En todas las épocas los artistas han explicado teóricamente sus obras", me apunta, justificadamente, el pintor Manuel Barbero. Puede. Pero hoy me da la impresión de que, si el artista no explica convincentemente su obra, parece que no es suficientemente sólida. Y no expone. O no a accede la financiación que necesita. Cuando el proceso artístico supone muchas veces una suspensión de la racionalidad explicatoria.
Y todo esto para glosar lo tridimensionalmente importante: las relaciones humanas al calor de unas copas de vino, por ejemplo.
Sin olvidarnos de ese balón rugby-futbolero cuya tridimensionalidad modificada -de las tres, a las dos, a las tres dimensiones, de nuevo- es el verdadero punto de llegada de la exposición, y que parece proponer un jogo nuevo.